Recarga de energía es el efecto que produce Lanzarote. Una isla diferente que no se parece a nada o tal vez se parece a sí misma.
Viajar en familia con diferentes edades nos aproxima, pero viajar a Lanzarote en enero nos llevó a la primavera, al relax, a descubrir y a descubrirnos en tres días.
Llegamos un viernes por la noche, con el tiempo justo para alquilar un coche, y llegar a Yaiza, a los pies del P.N. del Timanfaya, donde habíamos alquilado un adosado para los cinco. Os dejamos un enlace a la que fue nuestra casa por tres noches: Villa Uga.
Primer día. Sábado.
Aunque las distancias en Lanzarote son relativas y puedes llegar fácilmente a cualquier lado de la isla, estar alojados al pie del Timanfaya nos facilitó, sin madrugar, llegar a primera hora al “echadero de camellos”, es la puerta de entrada al Parque Nacional y parada imprescindible si viajas con niños.

La vuelta es corta para el que va en el camello e imagino que larga para quienes dirigen la caravana y recorren tantísimas veces el mismo camino.
A pocos metros se encuentra fácilmente, está muy bien señalizado, el parque nacional donde hay una taquilla y desde el mismo coche puedes comprar la entrada al parque o un bono conjunto, con descuento, para visitar 3, 4 ó 6 CACT (Centros de Arte, Cultura y Turismo). Es aconsejable consultar antes el siguiente sitio de los Centros de Arte, Cultura y Turismo de Lanzarote.
Nosotros compramos un bono de 4 entradas: Montañas de Fuego, Jameos del Agua, Cueva de los Verdes y el Jardín de Cactus o el Mirador del Río (entre estos dos últimos podías elegir uno).
Aparcamos el coche y fuimos hasta la “Guagua”, un autobús que el parque pone a disposición de los visitantes de manera gratuita para recorrer el parque respetando el entorno natural.

En la guagua una grabación va narrando la historia, las características, las fechas de las diferentes erupciones volcánicas y anécdotas relacionadas con el parque y sus alrededores.
Y, por supuesto, nos quedamos a comer en el restaurante que sirve la carne asada en un horno que aprovecha el calor del propio volcán. Es muy curioso ver como el agua sale despedida cuando la introducen en los huecos ya que bajo nuestros pies, a diez metros, la temperatura es de 300º.

Después de comer visitamos la “Cueva de los Verdes”. Una maravilla de la naturaleza en la que los guias interactuan muy bien con toda la familia, especialmente los niños.

y el sábado noche lo disfrutamos en los Jameos del Agua, compartimos nuestra opinión sobre este lugar en el artículo Lanzarote y Cesar Manrique.
Segundo día. Domingo.
Desde Yaiza al Jardín de Cactus , hay unos 50 kilómetros y se tarda unos 50 minutos en llegar. Las distancias son tan asequibles que los recorridos se pueden improvisar sobre la marcha, algo especialmente útil cuando viajas en familia y tienes que atender los gustos de varias edades.
El Jardín de Cactus era el punto más al norte que queríamos visitar y de ahí fuimos bajando 20 kilómetros hasta el Monumento al Campesino donde comimos, bailamos y compramos nuestros imanes de recuerdo.
Y, más tarde 10 kilómetros, hasta Arrecife (la capital de Lanzarote). De Arrecife nos impactó “El Charco de San Ginés” una laguna natural que entra en la ciudad y hace de barrera o puerto natural para los barcos pesqueros. Rodeado de casitas blancas de pescadores, es un lugar de extraordinaria belleza perfecto para cenar o comer en su paseo marítimo aprovechando las agradables temperaturas de la isla.

Los barecitos tienen mojo picón, pescadito y toda clase de tapas a precios muy contenidos y los canarios con ese don gentes cierran el círculo para que la velada sea genial una vez más.
Al no haber tráfico, el paseo marítimo del Charco de San Ginés es ideal para que los niños correteen a sus anchas mientras los mayores acaban la cena o la comida disfrutando con los cinco sentidos.
Tercer día. Playa Papagayo.
Los lugareños nos aconsejaron con mucho acierto acudir a la playa de Papagayo, en enero las temperaturas son suaves (entre 20 y 25º), pero la playa de Papagayo está protegida por las rocas haciendo un recodo que la aísla del viento por lo que la sensación térmica aumenta y al poco te apetece meterte en el agua.

Las aguas son de un verde turquesa espectacular y ofrece un contraste de singular belleza con el entorno, ya que playa de Papagayo se encuentra en el área protegida de los Ajaches una zona casi virgen a la que se accede por una pista forestal bien señalizada, previo pago de 3€ .
Un lugar que a nadie deja indiferente, niños, adolescentes, jóvenes o adultos… además hay un chiringuito para comer, comprar agua o simplemente tomar un cervecita bien fría.
Este oasis en enero fue el colofón perfecto de nuestro viaje. De playa de Papagayo fuimos al aeropuerto, aproximadamente 30km, donde terminamos el periplo de tres días recargados de energía volcánica.





